Dos bicis, tres estados y un amor truncado..
Mi mente aún no estaba preparada para asimilar lo que suponía cruzar aquella puerta de cantina.
El Marle era uno de esos murales mexicanos dignos de película.
Afuera llovía a mares y a media tarde Morelia acontecía prácticamente desierta.
El vacío golpeteo de la lluvia se tranformó ipso facto en una explosión de música y voces con aroma a nicotina. Recuerdo que en mi cabeza paseaba el eco de las palabras de «Fer», advirtiéndome sobre «una cantina auténtica».
Apenas torcí el cuello. Entré recio hacia la barra procurando que las miradas no cayeran sobre un extranjero sorprendido. La escena era turbia, excelsa.
Pedimos una caguama y nos sentamos en una mesa del centro.
En pocos segundos mi memoria se trasladó a algún bar de mala muerte con la algarabía de la medianoche y la degradación etílica del amanecer; solo que entonces eran las siete de la tarde.
A mi izquierda, el que parecía el «gigoló» del lugar alternaba su baile con diferentes mujeres en una improvisada pista entre la barra, la mugre del suelo y las mesas de plástico con publicidad de Corona. El bigote de ese esbelto cuarentón de pelo engominado me evocaba al perfecto estereotipo mexicano. Ayudaban sus genuinas botas picudas pese a que se deslizaban sin sutileza y con bruscos giros, en una peculiar coreografía de casi más armonía con la embriaguez que con la música.
Me alteraba ligeramente su amigo, mucho más joven, que desde la mesa de enfrente fijaba su mirada en mi con unos ojos extrañamente penetrantes. Varias mujeres deambulaban por el lugar, cuyo aspecto y belleza era similar al de un largo romance con la heroína. Sentí la tensión de que podía pasar cualquier cosa.
Embobado, como una criatura en su primer día de cine, me imaginé, por un momento, en una de esas escenas donde el estruendo de un par de disparos era lo único capaz de quebrar tal alboroto.
Traté de buscar al protagonista entre los presentes, cuando recaí con sorpresa, en que una mujer desde la barra me dirigía claros gestos para que bailase. De mediana edad, mostraba sin rubor su sonrisa mellada y entre el espacio indiscreto del azul neón de su chamarra y unas mallas color tosco se asomaba sin vergüenza la figura achaparrada de su barriga.
Por suerte recuperé la consciencia para decir «no». Al voltear, ví incrédulo como otra mujer abalanzaba sus pechos hacia un hombre que sentado los retenía entre risas. En la mesa de al lado dos tipos se abrazaban en la cúspide de su borrachera, tirando una botella al suelo sin darse cuenta. Fer andaba saludando al que parecía el dueño del local, cuando advertí que la mirada penetrante del de enfrente era fruto de un polvillo que extendía descaradamente sobre la mesa…
– ¿Así que eres español? , ¿de verdad??- A mi me encantan los toros!! – me profirió por sorpresa «el jefe», casi gritándome a la oreja. Eso entre cuatro o cinco «bienvenido», varios choques de mano y ligeros síntomas de embriaguez. Aquel tipo obeso y exaltado prácticamente solo detenía su baile para venir a saludarme. En una de ellas, entre la efusividad de sus abrazos, se dirigió hacia los músicos (la banda con un semblante más indigente que jamás había visto), y agarró el micrófono haciendo realidad mis temores; – ¡Hoy nos visita un amigo español!!… – …para ti amigo esta canción.. –
Para mi suerte podía estallar una bomba y casi nadie se inmutaba. Aunque lejos de incomodarme que el dueño me dedicase una canción a capela, me causó otra buena sonrisa. A ratos me costaba creer todo lo que pasaba pero el ambiente del Marle tenía ese punto seductor de mantenerte en tensión. La atmósfera, además de nicotina llevaba esa magia, esa intensidad propia de donde pasan las cosas. Y en su gente, más allá del alcohol y un aspecto humilde, había otro denominador común: la risa. Eso era innegable.
Sea como fuere recuerdo que traté de empapar bien todos mis sentidos, sabía que para esos momentos únicos estaba precisamente en México.
«El Marle»
«Dos bicis»
Era setiembre y mi entusiasmo, comedido sólo a ratos, andaba sentado en un jardín de San Francisco.
Marc me explicaba su historia y yo, un atento distraído, me perdía fantaseando en ese universo de aventuras que presumiblemente me esperaban por delante.
Imaginaba aquel cuento boqueabierto. El de cómo Marc partió de Alaska sólo y en esa misma ciudad de San Francisco, a su paso, el «vidaje», el destino, o esa fortuna tan propia de quien sale a buscarla: le regaló a Indira. Esa sonriente chilena que ahora era su mujer y se sentaba a mi lado, abandonó todo ipsofactus (vulgarismo) y tras tan sólo un mes de preparativos se embarcó con él hacia la Patagonia; o más bien «pedaleó» durante varios años, en la que fue; y como tener duda, la aventura de sus vidas.
Pocos meses después yo reedité parte de esa historia inverosímil.
(Leer «La historia de Sandra», que escribí en Facebook hace unas semanas)
Determinación
«– Oye, y ella no pedaleaba no?» «¿pero está en forma?«
Ver a Sandra por el retrovisor era a menudo una mezcla de inquietud y sorpresa.
La inquietud viene de esa responsabilidad inicial que se carga uno al arrastrar a alguien (aunque sin pedirlo),
a un mundo «ligeramente alejado» del confort, a un antónimo de la comodidad y sobretodo a esa selva donde la carretera es a menudo un peligroso juego de supervivencia.
La adaptación, aunque a diferentes grados, es mutua. Mi naturaleza me hermana a ratos con el rinoceronte negro, que pasta buena vida junto al ego de su sombra y cuya paciencia para tolerar a los de su clase se agota casi tan rápido como su especie. Aún así suelo ser un animal muy social, paradójicamente.
Pero mi adaptación poco tiene que ver con abandonarlo todo y lanzarse a no saber donde dormir, a comer con las manos sucias y a la definición más intensa de vivir. O tal vez a echarse a una bicicleta de 40kg sin montar apenas, sin experiencia alguna. Una bicicleta que con todo ese peso atrás se comporta cual caballo encabritado, difícil de domar, en un país donde sus carreteras son exhaustivamente rigurosas en no permitirte un solo fallo.
El relieve no tiene compasión, y al poco tiempo llegaban las cuestas más duras. Esas que abstraen los pensamientos en un micromundo (a veces con más fantasía que sentido), tejido en la imaginación para superar cada reto físico. Y ahí, donde la respiración se acrecentaba con la exigencia; mis sentidos, que se exprimían en el autoconvencimiento de no desfallecer, se olvidaban de Sandra. Pero de repente, recordaba el retrovisor y en plena cuesta más dura ella estaba justo ahí, tras de mi.
Sí, junto a mi asombro y admiración.
Motivación, decisión, o determinación. No están en mi lista de equipamiento, pero es lo único que realmente importa.
«Tres estados»
«Reconsider your need to travel» dicen los servicios de exteriores acerca de Michoacán..
En la bici, casi todos los buenos planes se tejen a última hora y Michoacán no estaba exento a tal previsión. Ni a ello ni a la angustia que provoca ese nombre. Por que Michoacán sigue siendo, a ojos del vecino, el estado del narco, las playas prohibidas, las balaceras repentinas y la belleza de una tierra curtida en la violencia. (Otro capítulo más sobre la doctrina del miedo: Véase anteriormente, «el gringo sobre México», «el Mundo sobre México», «La Baja sobre ‘el otro México’ o «el Mexicano sobre Centroamérica»…).
Pero como mi abuela también repetía eso de «cuando el río suena, agua lleva», pues acampar en la sierra (algo poco habitual en México), en pleno Michoacán, le daba, sin duda, un poquito más de pólvora a la aventura. 😉
Pero como cabía esperar,
pese a cruzar una parte de Michoacán y adentrarnos en las entrañas de su meseta indígena; en esa tierra humilde y fértil, alejada del turista, que brilla con bordados purépecha. Donde el niño, embarrado y con harapos, sonríe; y el sauce llora ante la codicia del ajeno. Donde su gente, ¿como no recelosa?, debe alzarse al ver la deforestación del majestuoso encino que puebla su tierra.
Y pese a saborear las mieles de Guanuajuato, embelesarnos con el pintoresco tesoro de su capital o conocer esas mecas hippies de portada de Lonely Planet como San Miguel de Allende. O pese a relajarnos en el encanto elitista de la piedra barroca de Querétaro y adentrarnos en el corazón de su Sierra Gorda, que cautiva la mirada en esa transición gradual de un paisaje seco, árido, del fondo de sus cañones, al pastizal y más tarde bosque tropical y de montaña de sus zonas altas.
Pese a todo eso y pese a maravillarnos cada día ante un escenario natural díficil de olvidar, como cabía esperar, lo que más dejó huella fueron esas personas (las de esas fotos, y las muchas que faltan), que nos abrieron la puerta de casa sin pensarlo demasiado. Que nos brindaron la oportunidad de conocer un país, un estado, un lugar de esa forma tan auténtica; tan ajena a las guías turísticas y a otros conceptos de viajar, como es escuchar desde el comedor de sus casas.
«Un amor truncado..»
Y quien esperaba menos, en tierra de melodramas y telenovelas… 🙁
En éstos últimos dos meses, por desgracia, ha existido una realidad inmutable.
La Delegación Central de Jalisco del Servicio de Relaciones Exteriores del Excelentísimo Gobierno de la República nos ha confirmado que en este país, como en muchos otros, la administración pública puede funcionar como un verdadero pitorreo y una absoluta incompetencia (profesional).
La cosa es que fruto de esa profesionalidad, Sandra no tiene pasaporte.
Pese a llevar más de tres meses tramitándolo, pese a su pasaporte estar hecho, pese a cumplir exhaustivamente todos los requsitos y pruebas complementarias por tener un acta extemporánea; la delegación de jalisco dice que tiene que «comprobar la veracidad» de los documentos. Esa ardua labor que termina en 5 minutos llamando al registro civil lleva dos meses «en investigación», o encima de cualquier montón de papeles por tiempo indefinido, que es lo mismo.
No voy a hablar de clasismo o racismo, para que nadie se eche la mano a la boca intentando no creer la realidad que ampara al planeta cuando el poder se cruza por medio.
Un amor y un sueño truncado (momentaneamente) por la burrocracia.
Mi tiempo se agota y mi camino sigue, eventualmente sólo.
Con la esperanza de que, como en los encinos de Michoacán,
el vuelo de las mariposas se reencuentre al pasar el invierno.
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Dani y Sandra gracias por compartir estos días en la Cd. De Querétaro; conocerlos ha sido increíble; disfrute esos ratos por la noche o fines de semana, han dejado huella en mi corazón.
Esta es su casa…
por donde andas ahora dany?…..
Dani ¡me encanta leerte!
Y sobre todo compartir estos días esas escapadas para mostrarte una parte de mi terruño; me enoja no tener tiempo para ustedes.
Sandra y Vos son unos angeles su compañia en estos dias ha sido maravillosa.
Son doss hijos mas y los amo; seguiré al pendiente de su viaje y estaré aquí como la madre pidiendo al universo por ustedes.
Si pudiera detener el tiempo….
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