Nicaragua, Diacachimba
— Lo siento mucho pero no se pueden quedar, las instalaciones no están… adecuadas—.
La pareja que me acompaña asiente pero después de 125km me resisto a tal complacencia.
— Oiga mire… no necesitamos una cama, tan sólo pedimos, si son tan amables, un trocito de suelo para pasar la noche.
Entrar a Chinandega tampoco fue lo más agradable. Como si uno se traslada de golpe a la India debe sortear un alboroto de cláxones, carritos de vendedores, niños que corretean y hasta alguna gallina que escapa, en un río de papeles y plástico atestado de gente. Todo haciendo equilibrios sobre una bici de 70 kilos y con la sensación, de que en una hipotética caída, la primera mano salvadora iría hacia mis pertenencias.
Por suerte los bomberos accedieron, y tras unas risas, terminé agradeciendo dormir en aquel pasillo lúgubre de medio metro. Era mi último día con Adrián y Ana, mi primero en Nicaragua. Poca información planeaba en mi mente, sobre un país al que algunos tildaban como la grata sorpresa de Centroamérica. Aunque reticente a los prejuicios, es inevitable sentir cierta comodidad tras superar con éxito El Salvador y Honduras. Efímera, porque cuando uno llega a ciudades turísticas cómo León, voces ajenas alertan de robos, navajas y pistolas.
La bici, al fin y al cabo, es un medio agresivo para viajar. Uno no elige pedalear por una zona o barrio comprometido, simplemente a veces, acaba en él.
Así es como en León arremetí contra mi estupidez. Si uno confiere su suerte a Google Maps, a veces acaba vendido y cuando fui consciente, ya estaba sumergido en un suburbio que no invitaba a manejar con una mano y mapsapear con otra. Los coches desaparecieron y los muchachos súbitamente lucían todos una gorra y la mirada tensa de un reportaje de pandilleros, « seré imbécil… ».
Tal como me instruyeron tantos perros callejeros: el miedo se huele. Y el instinto, por suerte, es una herramienta que el nómada afila a diario. En esas situaciones sonrío y me adelanto con un enérgico saludo, eso sí, mientras acaricio el spray pimienta de mi bolsillo.
A Managua llegué a regañadientes. La expectativa se cumplió: un tráfico caótico y una ciudad desoladora donde todo el mundo lleva prisa. Tal vez quieran recuperar el tiempo que un terremoto les robó. La catástrofe del 72 destruyó la ciudad y dejó más de 20.000 muertes en plena víspera de Navidad. Paredes aún rotas parecen contar el horror de tal barbarie.
Una muerte sin avisar, como la de mi amigo Xavi.
Recordar que voy a morir pronto, es la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida, decía Steve Jobs. A mi tampoco me funcionó. Pero quizás, algún día, leer una cita sirva de algo.
Vivir fue precisamente lo que me llevó a adentrarme en Managua; y tuve premio. Mariana, gracias a Couchsurfing, me regaló la generosidad de su familia durante días. Fue con su padre, sin embargo, con quien descubrí más sobre otro país de tintes socialistas. En 1979 estalló una revolución popular armada, de mano del Frente Sandinista de Liberación Popular (FSLN), para poner fin a 45 años de control estadounidense sobre el país. Llegué a Latinoamérica sintiendo las vergüenzas del pasado, pero descubrí, que desgraciadamente ese neocolonialismo, va mucho más allá del baseball y el Burger king.
Pero la verdadera revolución fue llegar a Granada. El cénit de un nómada llega cuando éste atora su rueda sin el menor apremio por retomar su vuelo. Paradójicamente es donde siente que ha llegado a casa. Cuando la avidez por un nuevo rumbo, aunque irrefrenable, se calma. ¿Pedalear? no se cuando, pero qué buscamos ¿si no es vivir?
Granada es una hermosa ciudad que lamentablemente olvidaré pronto.
Tal vez mi memoria sea mala, o quizás haya aprendido a discernir qué es un viaje. Porque Granada es Jean-Marie, es Sebastián, es Diana; son amistades para toda una vida.
Es también un hostal donde colaboré; pero es más su dueña, un guarda, un mesero o un vendedor de enchiladas. Es hasta la discordia de un país de contrastes. Porque Nicaragua tiene amor y odio: es también el maltrato, el machismo, o el desaliento de ver un niño pidiendo en la madrugada. Pero no ceso, ni cesaré, en esa ardua tarea de aceptar los lugares y poner más empeño en cambiarme a mí mismo, que en juzgar al resto.
No se si será fruto de la casualidad, de mi actitud o de un lugar que me colmó de estímulos,
pero si me preguntan por Nicaragua diré: Diacachimba.
Me ha gustado mucho tu entrada en VIVIR. Puede que aún sientas haberte arrancado de nuevo y dejar Granada atrás?
Me encanta cada pedalada, cada foto. Sigue así! 😉
Bonitas fotos, muchas gracias x compartir 😉
turlać się, a nie gonić to jest to:) Szkoda, że hiszpańskiego na tyle nie znamy…
Muchisimas gracias Marciiin & Anna ^_^ Soys encantadores!!!
Un abrazo enorme desde (casi) Costa Rica!! :*