Un solo destino…

Recuerdo aquella nochevieja como si fuera ayer. Luisa preparaba un delicioso cordero mientras del comedor irrumpía un coro de voces de entusiasmo. Éramos nueve. Repasaba mi facebook esperando el momento exacto de subir orgulloso aquella estampa navideña. Alcohol, arbolito, aguinaldos, sonrisas: parecía estar todo. Desde que la vida decidió que debía caminar sólo, cada navidad me inquietaba no encontrar una familia prestada.
Nos sentamos con el ruido y desorden que tienen esas cenas. Me imagino emocionado, embriagado en el calor de una noche navideña copa en mano, sin embargo aquella mesa la recuerdo con varios cuencos vacíos.
Dos primos habían salido priorizando amigos por familiares. Manuel, en una esquina, hablaba poco, quizás porque horas antes había discutido violentamente con su madre. La abuela, sin duda la más feliz, dormitaba en el sofá a un lado de la mesa. La hermana de mi chica abducida por su teléfono y el novio de mi suegra intentando con su pandereta, que formáramos parte de una fiesta que no existía. De repente vi un abismo entre aquellas sillas separadas solo por centímetros. Miré a mi lado y me consoló poder disfrutar ese momento con mi pareja, aún sabiendo que la relación tenía los días contados…

La soledad no tiene nada que ver con estar rodeado de gente.

Es precisamente ahí, en el alboroto de una sociedad interconectada, donde encontré la soledad más trágica. Nos pasamos la vida conociendo gente, amándola, odiándola. Estableciendo lazos, apego, e idealizando nuestras relaciones. Las de mamá, papá, el hermano, el amigo. O las de un amor que a menudo nunca llega a satisfacernos. Pero nadie nos educó para que dedicáramos tiempo, a una búsqueda mucho más fructífera: la de nosotros mismos.

Nosotros somos aquellos a los que hemos estado esperando.
Lo escribiré otra vez: nosotros somos aquellos a los que hemos estado esperando. Sólo tras encontrar paz, amor y aceptación en uno mismo, nace un camino hacia el amor real. Todo lo demás estará condicionado.

Viajar es una explosión de estímulos que nos arranca de un entorno comfortable, bajo nuestro control. Una transformación rápida. Un aprendizaje forzoso. Un oasis en un desierto en el que las emociones poco varían su tonalidad.
¿Cómo desperdiciar una oportunidad única de tomar ese vehículo para llegar al destino de nuestra vida?

Yo me conocí de casualidad. Chocando con los estímulos de un viaje que no debí haber hecho sólo. Y no hay nada más maravilloso que ese momento en el que descubrimos en uno mismo, uno de los mejores compañeros de viaje.

— ¿Pero no te aburres? ¿No sería más divertido ir con alguien?

Claro que hay ventajas y desventajas, pero yo veo la balanza perfectamente desequilibrada.
Nunca vas sólo si no quieres. El mundo está lleno de viajeros. Viajar sólo implica dar una oportunidad a que cualquier persona fascinante por conocer, se convierta en tu siguiente compañero por un día, por un mes, por un año. Es un ciclo maravilloso, donde las relaciones fluyen de manera natural entre personas independientes, sin estar supeditadas a la necesidad, el miedo o el apego.

— …pero debe ser hermoso compartir algo así con tu pareja, o tu mejor amigo

Es precioso compartir, cuando el apego no se adueña de una relación. Cuando éstas fluyen de forma natural, y asumiendo que pros y contras concluyen a favor de un viaje de dos. Cuando existe independencia. Cuando el amor es verdadero y el aporte mutuo llena el caminar de plenitud.
Claro! No es una utopía. En mi caso he viajado en pareja, lo he hecho con otros viajeros, y he disfrutado encarecidamente de muchos momentos. Pero cómo evaluar la balanza si no lo hemos hecho por nosotros mismos. ¿Si aún nos rige la necesidad o el miedo?

A todos se nos encoge el corazón con la estampa de una pareja abrazada en la magia de un atardecer a pie de tienda de campaña. Eso existe, pero pongamos los pies en la tierra. He conocido cuantiosas parejas viajeras durante mi trayecto. Y he visto en sus ojos más resignación que simbiosis. Más conformismo que satisfacción. Más rutina que aventura.
Viajar sólo y disfrutar de ello, nos brindará una perspectiva única. Dejémonos fluir, vivamos. Compartamos, enamorémonos.
Pero cuando ese compartir no dé tantas sonrisas como imaginábamos, que sepamos encontrar fácilmente el maravilloso camino de vuelta hacia uno mismo.

La conexión…

Hay una clave innegable que compartimos muchos viajeros que viajamos, o en algún momento hemos viajado solos: la forma de conectar con el resto.

Cuando viajas con tu hermano, tu pareja, o tu mejor amigo, existe una relación de dependencia. Para bien o para mal. Además de las decisiones, la interacción con alguien local, la forma de conectar con el entorno, es totalmente distinta.  Esa relación va absorber inevitablemente parte de tu inmersión en cualquier lugar, en cualquier contacto con la gente local.

Somos humanos. Por ende, ir sólo, nos va a proporcionar una especial avidez por contactar con la gente. Saludaremos al panadero, pararemos en la parada del bus a charlar, y sonreiremos hasta al último peón de la obra. Vamos a ansiar ese contacto, y nuestras interacciones se incrementarán afortunada e inevitablemente.

La libertad…

Aunque crucemos el Amazonas a mochila…o nos adentremos en las gargantas del Gobi…
¿haríamos ese mismo viaje solos?

Entonces… ¿estamos realmente saliendo de esa zona de confort?

Me ha faltado escribir, el mayor problema de viajar sólo:
EL MIEDO.

La mayor incapacidad para realizar nuestros sueños, para vivir las experiencias más intensas. Y en el 99% de los casos; bien quizás exagero, en el 98% de los casos, son miedos efímeros, fruto de nuestros prejuicios y de la propia incertidumbre.

Pero es ahí en la incertidumbre donde vendrán las experiencias más intensas. Viajar sólo es un reto al alcance de cualquiera. Evidentemente no es lo mismo hacer turismo en Praga que cruzar Nigeria en bicicleta.
¿Pero quien ha dicho que tu no seas capaz de hacerlo? Sólo tú. Hay miles de viajeros haciéndolo. Cientas de chicas solas (otro tópico), demostrando que los límites a los sueños, sólo los ponemos nosotros.

Viajar en bicicleta es una forma expuesta, contundente, agresiva. No es sólo la belleza de hacerlo a la velocidad de las mariposas, como dice el amigo biciclown. La verdadera atracción reside en viajar con una incertidumbre tan grande; en estar expuesto a qué vendrá en la siguiente curva, a no saber donde dormir, o qué encontrar en el siguiente pueblo.
Lo que atrapa es precisamente, alejarse lo más posible de un estado de confort, porque es ahí donde todos los momentos son un cúmulo de estímulos que acaba llenando el día de experiencias increíbles. Uno mismo es el que debe enfrentarse a cada reto, a cada fracaso, a levantarse. Y uno es libre, de tomar cualquier camino, cualquier decisión.

¿Pero cómo definir la libertad?
Sólo se qué se siente cuando uno es dueño de sus sueños.
Aunque yo no se, ¿quién sabe? Sólo se que viajo sólo.