México: y empecé a volar.
En una mañana del 2007 un violinista ofreció un concierto en una estación de metro de la ciudad de Washington.
Apoyado contra la pared, junto a un cubo de basura, el músico, que más parecía un muchacho de barrio, tocó obras de Schubert y otros clásicos, durante tres cuartos de hora.
Mil cien personas pasaron sin detener su apurado camino. Siete se detuvieron durante algo más que un instante. Nadie aplaudió. Hubo niños que quisieron quedarse, pero fueron arrastrados por sus madres.
Nadie sabía que él era Joshua Bell, uno de los virtuosos más cotizados y admirados del mundo.
El diario The Washington Post había organizado este concierto. Fue su manera de preguntar:
—¿Tiene usted tiempo para la belleza?—
«La urgencia por llegar«
«A partir de ahora vas a flipar»
Eso me escribía en Facebook mi amigo Marc (uno de mis maestros que vivió durante unos años pedaleando de Alaska hasta Argentina). No fallaba… Latinoamérica abría sus puertas con toda su intensidad, el contraste se palpaba desde aquella primera temerosa pisada en la frontera o con el sabor atrevido del primer taco.
Allá en Tecate lucía el sol, y tan cerca de la pulcritud americana el suelo se llenaba de polvo y las calles vestían una humildad sonriente. – ¿De Barcelona? – ,preguntaba sorprendido un muchacho soldado, – Yo tengo amigos en Cataluña, eso está cerca? – me preguntaba. No escribo para resaltar su ingenuidad sino la mía ya que me hizo recordar aquello de que el nacionalismo se cura viajando. Dejémoslo, nunca me gustó hablar de política.
No lo negaré, los dos primeros días pedaleaba inquieto. En mis auriculares se repetía la misma canción…, la de mis amigos yankees o los de toda la vida, la de la tele y el culto al sofá, la del «ten cuidado», la de cabezas cortadas, cárteles y pistolas. Pero nada pasó (hasta ahora) y en muy pocos días México empezó a ser como mi lado racional preveía: lleno de gente maravillosa.
Ensenada
Compartir la misma lengua era el condimento perfecto para mi avidez por empaparme de una nueva cultura, para mi entusiasmo por conocer y descubrir. Pero más que dar sabor dió pie a platos de intensidad desconocida.
Llegué a Ensenada con ansia de oler el Pacífico y lo que probé fue, gracias a Juan y Diane Lou, pura vida Mexicana.
Cómo marcharte y pedalear «para descubrir un país» si te ofrecen convivir con él, conocerlo desde sus entrañas. En Ensenada me bañé de risas incontables con los amigos de Juan, sus asados, chelas, o con gente inagotablemente divertida como Vega y Mir. Los días eran puro aguardiente para mis vivencias (también en sentido figurado).
Pese a que en la Baja no arraigan demasiado las puras tradiciones Mexicanas (quizás por su cercanía yankee) puede compartir el famoso día de los muertos (2 de Nov), donde el velo y la pena de algunos paises se transforman en brindis y alegría en honor a los seres perdidos.
Mucha información, nombres, caras, costumbres, y palabras, que dieron pie a una entrada inolvidable.
Tuve que hacer memoria, me olvidé que viajaba en bicicleta y mi mejor sonrisa me llevó rumbo al Sur.
Lo de preguntar, hablar, charlar con la gente en México empezaba a incrementarse exponencialmente. Platicaba en cada parada, saludaba efusivamente y pedía para poner mi carpa allá donde llegase, a la delegación, bomberos, policía o casas particulares.
En San Vicente dí con la família más humilde, y no dudaron un instante.
Jesús y su tímida mujer me abrieron las puertas de su casa ante la mirada sorprendida de sus tres pequeños. Me invitaron a tomar café y al rato pateaba el balón más recosido junto a las sonrisas de los pequeños. Era la casa más modesta, como muchas otras, pero la leña para cocinar ardía en sueños y felicidad.
Agudicé mis sentidos; me sonrojaba mi más leve antojo occidental y sentí un dulce cariño hacia una família que era feliz sin nada.
Seguía viviendo, con mayúsculas.
San Quintín
La siguiente tarde pedaleaba enturbiado, alguien me había robado mis mugrientos guantes de la bicicleta abofeteándome esa triste realidad de la condición humana. Minutos después del suceso, mi indignación pasó a sorpresa, un coche paró delante mio en la cuneta. – ¿Hablas español? – era Lupita, la mujer de Gabino (el Warmshower que iba a acogerme en San Quintín), al que luego conocí como «el ángel de la carretera», pese a que él estaba de viaje.
(un amigo) – Si te quedas 4 días en cada casa no vas a llegar nunca! – Jaja, si me quedo es precisamente porque ya he llegado! ;p
Desde el primer minuto sentí que estaba en mi casa. Y no porque me dejaran la llave, o «que hiciera lo que me plazca», o me dijeran desde el primer momento que podía quedarme cuanto deseara y/o necesitara, sino porque transmitían que todo eso era real.
En San Quintín encontré la hospitalidad más honesta. Si venían 12 viajeros, los 12 se iban a sentir como en casa. El libro de firmas emanaba gratitud, lloraba despedidas; páginas y páginas daban gracias eternas desde todos los puntos del planeta.
Esta família bien seguro que recibe mucho cariño a cambio, pero entrega su vida, su comida, su casa, como si fuera tuya, a cambio de NADA.
El que siembra actos así, cambia el mundo. Sí, claro, para mi gusto.
Con Lupita y Estefanía me quedé cuatro días. No encontré mejor forma de conocer México, con Lupita podía charlar horas como si fuera esa amiga que conocí desde siempre, compartí tardes entre risas, comí marisco ante los más bellos atardeceres y el calor de su hogar me permitió conocer interesantes viajeros, amigos, vecinos, fiestas y vivencias imborrables.
Sin duda mi viaje tendrá muchos destinos pero algunos como éste, permanecerán imborrables.
El Equipo ONU y el Valle de los Cirios
En San Quintín pudimos retratar estaa bella estampa internacional…
Quería convivir con otros cicloviajeros (para mi algo nuevo), y lo hice pese a quedarme un poco con la miel en los labios.
Me iba a quedar todo el fin de semana, puesto que así lo había dicho y decicido y el resto, menos Tim, partieron dejando en el aire esa incertidumbre del viajero sobre la posibilidad de un reencuentro.
Por delante esperaban 4-5 días (425km) de intenso pedaleo cruzando el famoso paraje del Valle de los Cirios, un bello jardín botánico de tintes desérticos con decenas de especies endémicas. Me lancé hacia la inmensidad de la nada, sólo como casi siempre, con la nostalgia de haber estado rodeado de tantas sonrisas pero con el deber de reencontrarme con uno de mis mejores compañeros de viaje, yo mismo.
En Cataviña, (a medio camino de cruzar el desierto y donde me alojaron tras un restaurante), tuve un encuentro singular.
José Campos, joven profesor y padre de família me entregó su amistad.
Se desnudó ante un desconocido mostrándome su dura infancia en la que sufría de acoso y pagaba su obesidad con maltrato.
Charlamos durante horas junto al fuego. Extrañaba a su mujer, a su hijo y por alguna razón conectó conmigo para entregarme su cariño. A mi me cogió un tanto aturdido, asimilando aún tantas vivencias, él en cambio se emocionó por mi viaje y por despedirme.
Me entregó sus escritos, un amuleto, y sus guantes de bici preferidos;
y lo más valioso, su sinceridad en otra experiencia imborrable.
Mientras tanto mis camaradas no andaban lejos. En cada rancho me daban pistas de mis compañeros, y así, de Cataviña me marqué una machada para alcanzarlos, no fue tan duro, sólo empecé pronto y tras 160km (mi rodaje más largo) llegue al Rosarito.
Al final más que alcanzarlos los adelanté! (sin saberlo), pero tras una parada se produjo el reencuentro.
Así fué la Baja Norte… pocas horas después ya estábamos en la Baja Sur… risas, calor, mosquitos…cambio de hora, de etapa y un huracán de anécdotas esperando entre palmeras, pero eso os lo cuento muy muy prontito…
Un abrazo desde Loreto! (Baja California Sur) 😆
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Esperaba con vilo tu nuevo post y es que tu manera de explicar todas estas aventuras hace que uno vuele a tu lado por unos minutos, disfruta del camino. Un abrazo!
ENERGIA, POSITIVISMO,HUMANIDAD,AMOR, SUPERACION, PAZ….Y GANAS DE VIVIR Y VALORAR LA VIDA CON LOS 5 SENTIDOS!!!! Ese eres tú y todo lo que nos transmites! Gracias por compartirlo! Aiiii como te quiero!!! Disfruta del camino hermanito!! Peace & love.